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Con esta interesante entrada damos la bienvenida a Manuel González, economista y conocedor de la historia como pocos. Sin duda con sus escritos aportará una visión diferente a los problemas económicos de la actualidad, con la perspectiva de quien conoce los acontecimientos del pasado.

La crisis actual y el Crack de 1929

Frecuentemente escuchamos y leemos las grandes semejanzas entre esta crisis que atravesamos y la que arrasó con las economías mundiales hace mas de 80 años, que tuvo su origen en el crack de la bolsa en 1929 y su apoteosis final en el desencadenamiento de la segunda guerra mundial.

¿Hasta qué punto estas semejanzas son tales que nos deban hacer pensar que estamos repitiendo la historia?

¿Debemos realmente prepararnos para una larga y cruel crisis económica que puede incluso llevarnos a confrontaciones militares a gran escala en unos cuantos años? ¿O por el contrario los agentes económicos han reaccionado con coherencia y han dispuesto lo necesario para que los efectos de la crisis sean lo mas llevaderos y breves posible?

Las semejanzas son importantes, sobre todo una fundamental, que es la crisis financiera, aunque el origen de la misma sea distinto.

En los años anteriores al crack del 29, se vivía una postguerra terrible en algunos países (como Alemania, o Rusia, con sus propios problemas internos añadidos), difícil (para países como Gran Bretaña, que justo había cedido el testigo de 1ª economía mundial a los pujantes Estados Unidos) o floreciente (como Japón o los propios Estados Unidos). Es en EE.UU. donde se gesta la mayor parte del proceso por dos principales vías:

En primer lugar, al funcionar toda la economía mundial todavía basada en el patrón oro, todas las deuda internacional se pagaba con este metal, del cual Estados Unidos era el que tenía mayores reservas (los años de la I Guerra Mundial habían sido especialmente prósperos para este país hasta su intervención en la misma en el año 1917); esto se agravaba con la política de llevada a cabo por Estados Unidos de imponer elevados aranceles a los productos europeos a tiempo que presionaba para exportar los suyos. Lo cual lastraba de manera considerable cualquier posibilidad de recuperación de los países europeos.

En segundo lugar, se produjo un problema de especulación bursátil como no se había visto hasta entonces. Desde 1925, la actividad bursátil en Estados Unidos había tenido un enorme desarrollo, de modo que la Bolsa llegó a todos los estratos de la población de modo irresistible, ignorantes de todo lo relativo a la industria, a la economía y a la misma Bolsa. Todo el mundo consideraba que las «mejores acciones» podían conseguirse con muy poco dinero y que debía aprovecharse de aquella buena suerte antes de que pudiera terminarse. Así fue como se dio el paso que resultó determinante para la llegada de la crisis: las economías, tanto de empresas, como domésticas, empezaron a comprar acciones y títulos a crédito, abonando sólo una pequeña parte del valor de la acción. Con lo cual se endeudaron para seguir especulando en un mercado donde siempre se ganaba y donde el valor de las acciones poco o nada tenía ya que ver con el valor real de las empresas emisoras de los títulos.

Lo que ocurrió en 1929 fue sólo una brusca adecuación de las acciones de las empresas a su valor real, lo que llevó a la ruina a miles de familias y empresas estadounidenses, que se vieron en posesión de unos títulos con un valor ínfimo y con unas deudas enormes debidas a los créditos contraídos.

A partir de ahí, expansión internacional de la crisis, duros años de recesión, agravados por la actitud de la Reserva Federal, que limitó más el crédito y sólo una luz al final del túnel con la política de Roosevelt y el establecimiento del New Deal, que en 1932 marcó el inicio del final de la Gran Depresión en Estados Unidos. Alemania escogió un camino muy distinto.

Como entonces, la crisis actual también ha sido crediticia. La política de las entidades bancarias de hinchar sus resultados concediendo créditos indiscriminadamente con el fin de satisfacer las siempre voraces ansias consumistas de particulares y empresas (sobre todo en el sector de la construcción), poniendo a su vez estos títulos de deuda como garantía para conseguir ellos mismos liquidez para otorgar mas créditos, ha llevado a una burbuja especulativa, que ha derivado a su vez en una burbuja inmobiliaria.

Cuando tales burbujas han explotado, hemos llegado a una situación en la que, como entonces, el sistema financiero se ha visto gravemente perjudicado, con quiebras bancarias, restricciones de crédito y graves problemas financieros para empresas y particulares. Igualmente como entonces, los problemas de solvencia a nivel de países (con amenazas de bancarrotas por los problemas de deuda pública), no son muy distintos a los graves problemas que en los años 30 atravesaron economías como la británica y sobre todo, la alemana.

Sin embargo, hasta aquí llegan las semejanzas. Ya que las autoridades monetarias han reaccionado introduciendo una variante en el sistema: la crisis del 29 afectó al sistema bancario de un modo especialmente importante, con fuertes pérdidas que en muchos casos acabaron en quiebras de miles de bancos en todo el mundo.

En aquel momento se pensó (como mucha gente piensa ahora) que la no intervención del estado para impedir estas quiebras sería lo mejor, después de un tiempo de ajuste, el libre mercado decidiría qué entidades bancarias deberían subsistir y nuevamente crecer. Las consecuencias de aquella decisión se pagaron durante años, porque con un sistema financiero dañado ninguna economía de mercado puede pensar en iniciar una recuperación económica.

En esta crisis, los gobiernos de casi todas las economías occidentales se han movilizado para rescatar el mayor número de entidades financieras posible (lo que no ha impedido alguna quiebra). El problema viene ahora porque, una vez salvado el sistema financiero, esto no ha redundado en un inicio de la recuperación, y además, se ha trasladado el problema de insolvencia a los propios gobiernos debido a la enorme deuda pública que la mayoría de éstos arrastran. Agravado por una fuerte presión especuladora que apuesta por sus intereses, perjudicando gravemente la estabilidad necesaria para el comienzo de una recuperación.

Lo que cada vez está mas claro es que los niveles de renta y de consumo familiares han caído (eso es evidente) y van a seguir cayendo, por lo menos hasta que la confianza y la estabilidad vuelvan a los mercados. Sólo hemos de esperar que esto ocurra lo antes posible, aunque es evidente que pasará tiempo antes de volver a difrutar de un nivel de vida semejante al que hemos tenido estos años atrás.

Todo esto suponiendo que la Unión Europea soporte los ataques especulativos a los que se está viendo sometida, el euro mantenga su unidad, Estados Unidos comience poco a poco a levantar cabeza…. Es decir, en el mejor de los casos.

Y siempre teniendo en cuenta el profundo descontento social que esto puede suponer, proporcional al tiempo que dure la caída y a lo pronunciada que sea la misma.

Sólo llegado ese momento se podrían llevar a cabo importantes medidas fiscales que, como en los tiempos del New Deal (o del Plan Marshall en Europa), tiren de la economía hacia arriba y se pueda iniciar una nueva etapa de crecimiento económico y estabilidad social.

Manuel González, economista.