Los deseos y las emociones en la economía
Adam Smith, más conocido por su ‘Riqueza de las naciones’, contribuyó a sentar las bases de la ciencia del sentimiento (psicología de la emoción) con su primera obra ‘La teoría de los sentimientos morales‘ (1759). Al igual que Hume o Thomas Reid, de su pensamiento se extrae que ser emocional es racional, no hay una pugna entre ambos. Hoy en día se sigue utilizando esta idea, la de que una persona sin problemas psicológicos es aquella cuya razón y sentimiento van la misma orientación. Smith inicia el capítulo I sobre la simpatía de la siguiente manera:
“Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla.”
Su obra es un interesante análisis de los sentimientos y su influencia en nuestra conducta. De la importancia que da a éstos podemos leer:
“La sociedad y la conversación, pues, son los remedios más poderosos para restituir la tranquilidad a la mente, si en algún momento, desgraciadamente, la ha perdido; y también son la mejor salvaguardia de ese uniforme y feliz humor que tan necesario es para la satisfacción interna y la alegría.”
Pese a esta obra y el pensamiento humanista que en ella hay, a Smith la mayoría de economistas lo conocen por la ‘Riqueza de las naciones’ y su famosa disquisición sobre las agujas o el concepto de la mano invisible del mercado (sobre las bonanzas de la división del trabajo y de la regulación automática del mercado).
Indice
Spock sería menos inteligente que los humanos
Dylan Evans, investigador del Departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Bath cuando publicó su imprescindible libro ‘Emoción, la ciencia del sentimiento’, analiza las emociones y su utilidad desde un punto de vista científico. Ya en las primeras páginas de su libro nos deja clara su postura: las emociones no son superfluas, son imprescindibles para nuestra supervivencia.
Del personaje de Star Trek nos dice que vulcaniano jamás habría sido más inteligente que seres con emociones influyendo en sus decisiones, por la sencilla razón de que estaría incapacitado para evolucionar.
Muchos autores actuales, uno de los más conocidos sería Daniel Goleman, discuten sobre la importancia de nuestras emociones y sentimientos en la toma de decisiones socialmente óptimas.
¿Cuáles son las emociones básicas?
Dylan Evans considera que, en base al consenso de la mayoría de investigadores, podríamos definir 6 emociones comunes a cualquier cultura humana. Yo añadiría que a multitud de animales, sin ser un experto en el tema (en la alegría que sienten mis perritas al llegar a casa sí soy un verdadero sabio, que conste). Estas emociones comunes a todo ser humano serían:
- Alegría. Por ejemplo al practicar sexo, que aumenta las probabilidades de transmitir nuestros genes.
- Aflicción. Que nos ayuda a evitar determinadas situaciones nocivas para la reproducción de la especie. Vale la pena destacar que las lagrimas emocionales son exclusivas del ser humano, que no el sentimiento en sí.
- Ira, que prepara el organismo para la lucha.
- Miedo. Asustarse nos prepara para la huida.
- Sorpresa. Esta emoción nos hace detenernos y prestar atención a un foco, mientras que el cuerpo se prepara para un eventual cambio de dirección.
- Repugnancia. Una emoción que nos hace evitar determinadas cosas que podrían ser infecciosas o venenosas.
Incluso en los bebés ciegos de nacimiento podemos encontrar expresiones faciales típicas de estas emociones. Otra cosa es que haya emociones específicas de cada cultura, como la que muestran los gururumba de Nueva Guinea, conocida como la “condición del jabalí”, cuya expresión es correr de manera salvaje, saqueando y atacando al que se les cruza. Este tipo de emociones culturales no entrarían en el grupo de las básicas. En todo caso, las diferencias son cuestión de grado, no absolutas.
¿Y el amor?
¿Es el amor romántico una emoción básica o se asemeja más a la “condición del jabalí”?
Para responder a esta pregunta que a cualquier enamorado le surgiría, y a cualquiera que anhelara estarlo, tendríamos que referirnos a otra categoría, entre las emociones básicas y las culturales, que podrían ser universales, pero con un componente cognitivo que produce que haya mucha variabilidad cultural en su concreción. Estas emociones cognitivas superiores serían:
- Amor.
- Culpabilidad.
- Vergüenza.
- Desconcierto.
- Orgullo.
- Envidia.
- Celos.
Si las emociones básicas tienen un claro componente evolutivo relacionado con la supervivencia, esta segunda clasificación tiene más que ver con la importancia de vivir en sociedad en el desarrollo de los colectivos humanos.
Para el economista Robert H. Frank las emociones anteriores ayudan a resolver distintos “problemas de compromiso”. Su visión la plasma en su obra ‘Passions within reason‘:
“De esta manera, las emociones alteran las recompensas de los problemas de compromiso trayendo al presente costes lejanos que no habrían aparecido en los cálculos racionales. La rabia frena a los transgresores, la culpa hace doloroso engañar para el tramposo, la envidia representa el autointerés, el desprecio se gana el respeto, la vergüenza castiga y la compasión provoca compasión recíproca. Y el amor también es la solución al problema del compromiso. El amor nos compromete en una relación, relación que es necesaria para sacar un hijo adelante. Sin amor, utilizando solo la razón, estaríamos cambiando de pareja siempre que encontráramos otra que mejorara a la nuestra en algo. Ya sabemos que el amor no dura mucho, pero en cualquier caso más que la lujuria y en muchos casos, como ha estudiado Helen Fisher, unos 4 años, tiempo suficiente para criar un niño.
El punto de Robert Frank es que las emociones (sentimientos morales) en situaciones de compromiso o de problemas del tipo del dilema del prisionero, nos permiten elegir al compañero adecuado para jugar el juego.”
Homo economicus
¿Qué nos dice la economía que es el hombre en su vertiente económica?
La obra de Anxo Penalonga del mismo título, trata de dar una explicación del mundo a través de la economía. Nos dice Penalonga que en economía se supone que el hombre toma decisiones en base a un comportamiento racional, eligiendo las opciones que le reporten mayor beneficio, utilidad o bienestar (utilitarismo). Según esta visión del mundo, nos movemos por nuestro propio interés y, sin pretenderlo, ayudamos al progreso de la sociedad. El Homo economicus, término acuñado en el siglo XIX.
El Homo economicus, forma de simplificar al hombre y poderlo incorporar a los modelos matemáticos, es también: un tonto racional (Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998), un ser codicioso, desconfiado, competitivo, irreflexivo, desmemoriado, bienintencionado y soñador, en palabras de Penalonga.
Al final, ¿resultará que el modelo de comportamiento humano que utilizamos los economistas es poco racional y muy tonto?
Esta visión ha sido muy criticada por variadas razones, entre las que podemos citar:
- La información para tomar decisiones no suele ser completa, además de que no todos podemos hacer el mismo uso de ella, en base a nuestra formación y forma de pensar. ¿Acaso una persona mayor sin cultura financiera podía entender el contrato de participaciones preferentes, o incluso saber qué se lo tenía que leer para evitar ser engañado?
- Las decisiones racionales sin sentimientos no son tan racionales como parecen, como hemos explicado en este artículo. Un Homo Economicus no sería de fiar, no ayudaría a ONG, no sería voluntario de nada, no tendría amigos.
- La utilidad personal difiere según las culturas, la sociedad y la economía de cada zona. Cada persona tiene necesidades, valores y motivaciones distintas, que provoca que tomen decisiones diferentes sobre un mismo tema.
Sentimientos y economía, dos mundos íntimamente relacionados y desconocidos por cada uno de los que estudian por separado estos aspectos del ser humano (y no humano).
Papel de los sentimientos en la realidad económica actual
La ausencia de educación en materia de inteligencia emocional, tanto de los más jóvenes como en el mismo ámbito educativo, ha propiciado un tipo de trabajador, consumidor, votante, contribuyente, empresario, profesional y político cuyas acciones individuales y colectivas nos han llevado a la mayor crisis económica que nuestra generación ha vivido.
Si bien el grado de responsabilidad es muy diferente, como vengo repitiendo siempre que puedo, no es menos cierto que cada uno de nosotros tiene algo que ver en la situación global.
El votante que ha seguido votando a políticos que sistemáticamente le han engañado, a malos gestores del bien común e, incluso, a corruptos presuntos y no tan presuntos. Si no somos capaces de sentir culpa, vergüenza o desconcierto cuando votamos reiteradamente al que no se lo merece, acabamos teniendo políticos mediocres o que no trabajan para sus votantes, sino para su partido y para su propio beneficio.
El consumidor; concretamente incidiré en el cliente bancario, que lejos de sentir recelo por un bancario que hacía de vendedor, firmaba contratos de preferentes o escrituras de préstamos hipotecarios sin leer ni entender la letra impresa. Llevados por un sentimiento de pertenencia a su banco, o creyendo que el empleado del banco era su amigo por el simple hecho de hablar con él o tomarse un café, ha dejado en manos del que le vendía el análisis de la conveniencia del producto financiero.
Contribuyentes que no han pagado los impuestos que le correspondían, llevados a veces por la envidia a los defraudadores. Otras veces por el recelo a los que gestionan este dinero.
Los trabajadores, cuya mentalidad de hacer lo menos posible, en ocasiones, les ha llevado a no formarse lo suficiente por si perdía su trabajo, a no producir de la mejor manera posible, a no tratar al cliente como la base del negocio que le proporciona sus ingresos.
Los empresarios, con un ejemplo nefasto relacionado con los bancos. Dado que se les ha enseñado que una empresa ha de maximizar su beneficio, obviando en su formación académica y empresarial otras funciones de una empresa en una sociedad moderna, han comercializado productos de inversión de alto riesgo como las obligaciones subordinadas o participaciones preferentes, o han concedido crédito a familias a sabiendas de que les sería muy difícil su devolución. En lugar de mostrar ahora vergüenza o culpabilidad, los vemos en los medios de comunicación alegres y sorprendidos de que el vulgo les señale con el dedo.
Somos unos analfabetos sentimentales, al igual que financieros. Y así nos va.
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