Los judíos no sólo sabían hacer dinero

Ayer leí un fragmento de la historia de un judío muy interesante (xuetes, los llamaban en mi Mallorca natal) en el Diario de Mallorca, el señor Bartomeu Valentí Fortesa.
Curiosamente, este insigne xueta es antepasado de un servidor y su historia siempre me ha parecido interesante. En el Diario de Mallorca podemos encontrar varias explicaciones de la comida que ofreció a los pobres de Palma, para celebrar la Constitución de Cádiz (La Pepa) y el fin de la maldita Inquisición que a tantos inocentes castigó.
Una confidencia que pocos saben; su apodo «Moixina», según me refiere mi madre, viene de Moisés.

Una gran comilona en la Rambla

Joan Riera.

Política y comida han maridado desde hace tiempo. Por ejemplo, la promulgación de la Constitución de 1812 –la Pepa– dio paso en Palma a una comida multitudinaria. Bartomeu Valentí Fortesa –conocido como Moixina, según explica Rosa Planas– era un xueta adinerado y perteneciente a una familia con numerosas propiedades inmobiliarias. Los descendientes de los judíos mallorquines se encontraban entre los partidarios más señalados de la Constitución. La supresión de la Inquisición, que tanto daño había causado entre sus antepasados, era un buen motivo para brindar por la ley de leyes.
Valentí llevó su ardor constitucionalista más lejos que nadie. El 24 de agosto ofreció una comida en la Rambla a los pobres de Palma, un colectivo que, a raíz de la oleada de refugiados llegados a la isla escapando de la invasión napoleónica, aumentaba día a día. El cronista Joan Llabrés Bernal dejó relato del menú: «Una buena sopa de arroz que será de media libra, su correspondiente cocido de media tercia de carne, garbanzos y verduras, un guisado de principio con igual cantidad de carne, dos vasos de vino, una manzana, 12 confites de almendras, un pimiento y doce aceitunas con un pan de a 16 y media onzas para cada uno de los individuos».
Los beneficiarios del éxito político de ala más liberal y progresista de la sociedad y de la generosidad de Valentí fueron 3.870, o al menos esta es la cantidad de panes que se consumieron. El Diari de Buja hizo esta descripción de la comilona: «Era un gust veurer aquells pobrets qui, davés mitx dia, tots donavan corda a n´es rellotje d´es ventre y ningú tenia mal de caxal ni mal de morro«.

El Gran Banquete de Moixina (I)

Joan Riera.

El viernes se cumplen 200 años de la comida más fastuosa celebrada en Palma. Reunió a entre 3.000 y 4.000 comensales pobres en el paseo de la Rambla. Fue presidida por obispos y autoridades civiles. Los bancos de las iglesias sirvieron como asiento a los comensales, mientras que frailes y sacerdotes actuaron como improvisados camareros. Ya publicamos un artículo dedicado a este acontecimiento, pero la efeméride redonda justifica que recordemos algunos datos y aportemos otros que entonces no se escribieron.
Aquel 24 de agosto de 1812, Bartomeu Valentí Fortesa, alias Moixina, un xueta con posibles, decidió celebrar la aprobación de la Constitución de Cádiz, la Pepa, invitando a comer a los palmesanos más desfavorecidos. Dos días antes del banquete, hoy hace 200 años, las autoridades mallorquinas habían jurado de forma solemne y festiva la Carta Magna más avanzada de su tiempo. La alegría popular se desbordó con la misma intensidad con la que dos años después se festejó la vuelta al despotismo que decretó Fernando VII: «Vivan las caenas». En 1820 se brindó con igual entusiasmo por el retorno a la senda constitucional. Moixina tenía dinero y varias razones para demostrar su felicidad pagando el opíparo convite. Su alineación con las corrientes liberales le aportó los motivos ideológicos. La supresión de la Inquisición colmó, además, una venganza familiar.
El Santo Oficio persiguió en 1677 y condenó dos años después a los ancestros de Moixina. Ocurrió que un grupo de judíos conversos a la fuerza seguía practicando su religión en un huerto situado fuera de las murallas y ubicado entre las actuales plaza de España y Porta de Sant Antoni. Los inquisidores descubrieron la sinagoga clandestina, detuvieron a los judíos, derribaron la casa y sembraron de sal el huerto.
Los servidores de la Casa Negra hicieron más. Para dejar constancia de su esforzada tarea en pro del Evangelio pero sin el Evangelio, la Inquisición levantó una columna en el huerto sobre la que puso una placa recordatoria del suceso… lápida que tomará el protagonismo en nuestro próximo artículo.

La Lápida

Según nos cuentan en Possessions de Palma La lápida de l’Hort del Jueus decía:

«Año 1679. Fue derribado, arado y sembrado de sal este huerto, de orden de la Santa Inquisición, por enseñarse en él la ley de Moisés. Nadie quite ni rompa esta columna en tiempo alguno, pena de excomunión mayor».

Judíos y riqueza

Aprovechando la temática del contenido, os dejo algunos fragmentos de ¿Por qué los judíos llegaron a ser los banqueros del mundo? escrito en su día en Actibva:

El judaísmo es la religión más antigua de las del libro y una de las más antiguas vivas del mundo, con más de 3.000 años. Su libro sagrado, la Biblia, se denomiana Tanak, por dividirse en tres partes: Torá, Nebim y Ketubim.
Una curiosidad digna de mencionar es que el judaísmo no solo es un criterio religioso, sino también étnico: uno puede ser judío por profesar la religión o por el hecho de tener madre judía. Por tanto, se puede ser ateo y judío a la vez.
De España fueron expulsados sin posibilidad de retorno por los Reyes Católicos en 1492. Se les dio 4 meses para liquidar sus propiedades y sacar su riqueza en forma de letras de cambio (emitidas en su mayoría por banqueros italianos), ya que se prohibía sacar oro, plata, monedas, armas y caballos. Una de las explicaciones de esta expulsión está en la acumulación de riqueza de este pueblo y en el ejercicio del negocio del préstamo. Entre el poco tiempo para vender y los intereses por las letras, es fácil ver que los judíos perdieron gran parte de su riqueza.

Hay un fundamento religioso y cultural en las razones de que los judíos se dedicasen al comercio y al negocio de los prestamistas; según la Torá no es deseable para un creyente ser asalariado: “mejor es hacer el shabat un día laborable que depender de los otros“.
Además la mayoría de oficios les estaban vetados. Si a eso le sumamos que mientras a los griegos, romanos, cristianos y musulmanes no se les permitía prestar con intereses, la Torá si lo permitía a los judíos (nunca entre judíos, curioso). El libro sagrado judío considera que la riqueza es en gran medida deseable para servir mejor a Dios. Y mientras es afortunado quien tiene dinero, la pobreza es percibida como un mal que se atribuye a alguna trasgresión de la ley, a diferencia de, por ejemplo, los cristianos (y concretamente los católicos), que ven un pecado en la avaricia.
A diferencia del cristianismo, que considera la riqueza banal cuando no pasa por la Iglesia, para el judaísmo lo deseable es ser rico, pues es un medio que mejora la capacidad de servir a Dios. Si bien hay que entender que el dinero no es visto como un fin en si mismo, sino como un medio para generar riqueza.
Mención a parte se hace del pago del salario, considerando pecado pagar con retraso: “El mismo día entregarás su salario, antes que se ponga el sol, porque es pobre y espera su salario con ansiedad“.
El Talmud, compendio oral de sabiduría religiosa, considera que no hay salario justo sin precio justo. Es decir, protege más al consumidor que al trabajador, en la medida que su salario depende del precio de lo que produce y no al revés.

El Gran banquete de Moixina (y II)

Joan Riera

«Año 1679. Fue derribado, arado y sembrado de sal este huerto, de orden de la Santa Inquisición, por enseñarse en él la Ley de Moisés. Nadie quite ni rompa esta columna en tiempo alguno, pena de excomunión mayor”. 
Eso decía la placa instalada en el huerto de los familiares de Bartomeu Valentí Fortesa, Moixina, el rico xueta que tal día como hoy de hace dos siglos pagó una comida para entre 3.000 y 4.000 personas en la Rambla. El benefactor celebraba la aprobación de la Constitución y la supresión del Santo Oficio, institución que había perseguido y condenado a sus ancestros y colocado la lápida para que la deshonra perdurara durante siglos. Con el paso del tiempo y los cambios en la propiedad del huerto, el texto acusatorio fue retirado. Sin embargo, no fue destruido, se mudó a la sede de la Inquisición, en la llamada Casa Negra, ubicada donde hoy se encuentra la Plaza Major.
La entrada en vigor de la Constitución animó a Moixina a hacerse con la propiedad de la placa, objetivo que logró gracias a sus influencias. Su idea era, según Gabriel Sabrafín, “fer-ne un rentador, no per a la bugada, sinó per rentar-hi els pedaços bruts”. Sin embargo, la alegría constitucional duró poco. El 4 de mayo de 1814, Fernando VII promulgó un decreto por el que recuperaba la monarquía absoluta y dejaba sin efecto todo el trabajo de las Cortes de Cádiz. La Constitución fue derogada, la Inquisición restablecida y la placa del huerto en el que se “enseñaba la ley de Moisés” devuelta al tribunal de la Fe.
La historia no había acabado aún. En 1820, las revueltas liberales que se repitieron en varios lugares de España asustaron al monarca. Acosado, pronunció una de las frases que han quedado en la historia de la ignominia por la hipocresía que contenía: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Moixina recuperó la placa. Pero en esta ocasión no la guardó. La quemó o la arrojó al pozo de una de sus propiedades, en concreto en la de Son Ametler. Hizo bien. En octubre de 1823, el ejército francés de los denominados Cien mil hijos de San Luis restableció la monarquía absoluta.
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