Leo un artículo muy interesante de Antonio Cabrales y Marco Celentani (profesores de Economía de la Universidad Carlos III) en el suplemento Negocios de El País de este domingo.
Lo primero que me atrae la atención es su forma de defender nuestra profesión de Economista de la típica acusación: “los economistas solo saben explicar las crisis cuando ya han pasado, no saben preverlas”.
Replican los autores: “… nos resulta tan absurda como acusar a los médicos de no ser capaces de luchar contra epidemias causadas por agentes patógenos que aún no han aparecido”.
Me gusta la contestación, aunque seré autocrítico y diré que es normal que se critique a los economistas, ya que algunos han sido también los que han propiciado la crisis con sus actuaciones; parafraseando a los autores, “es como si se acusa a algunos médicos de no haber sabido evitar una epidemia que han ayudado a provocar esparciendo patógenos al medio ambiente”. Claro que se les acusa.
No soy muy partidario de dar culpas a la “crisis económica” de todo como si fuera un malvado arquetipo junguiano. Detrás de la crisis hay personas, entidades y grupos de presión. Y hay que buscar a estos elementos patógenos del sistema económico y neutralizarlos.
El artículo nos indica varias innovaciones financieras que han fallado por un mal diseño, sobretodo en cuanto a los incentivos de sus gestores:
1.- Las titulizaciones de la deuda de particulares y empresas y su distribución a escala mundial (por ejemplo, de las hipotecas ninja americanas).
2.- Los hedge funds (fondos de inversión alternativos).
3.- Proliferación de mercados de derivados de todo tipo y de la banca de inversión (Lehman Brothers, por ejemplo).
En esta entrada nos centraremos en las titulizaciones de deuda:
Para explicarlo someramente, titulizar hipotecas es hacer un paquete con varias hipotecas de diferentes de clientes del banco y venderlas a inversores profesionales (fondos alternativos, fondos soberanos, bancos de inversión).
Usted tal vez deba su hipoteca a un fondo de inversión con un nombre extraño y no lo sepa. Su banco de toda la vida le ha vendido a otra entidad que usted ni conoce, sin ni siquiera avisarle. Busque en su escritura de préstamo hipotecario y descubrirá, con sorpresa, que hay una cláusula que le permite hacer esto a su banco.
¿Y por qué hace esto su banco?
Fácil, para tener más dinero líquido para poder seguir prestando a sus clientes sin tener que conseguir este dinero de los depósitos y cuentas corrientes de sus clientes ahorradores.
¿Cuándo surgen los graves problemas de este usual sistema de captación de dinero de la banca?
Cuando los gestores se olvidan que su negocio principal es conceder hipotecas a clientes que han analizado previamente (análisis de riesgos) y preven que devolverán la hipoteca religiosamente; dar hipotecas a los buenos deudores y denegarlas a los malos, en definitiva.
¿Y por qué se olvidaron de prestar solo a los buenos pagadores?
Por los incentivos inmorales del sistema.
Un gestor de un banco americano sabía que al vender un paquete de hipotecas, su banco cobraba una comisión de entre un 0,5 y un 2,5 % del capital de la hipoteca; el emisor de la cédula cobraba otra comisión y la agencia de rating, por valorar la calidad de esa emisión, recibía otra comisión del emisor.
En pocas palabras, el banco se despreocupa de la calidad de sus hipotecas por qué las vende a un tercero, con una valoración positiva de una agencia de rating que cobra por valorar bien.
Con este sistema de opereta, nadie paga si las hipotecas vendidas son malas. Ni el banco, ni el emisor ni las agencias de rating.
En el artículo se aboga por introducir responsabilidad en el sistema; ni el banco debe desentenderse totalmente de las hipotecas fallidas que ha vendido ni las agencias de rating deben estar exentas de responsabilidad cuando dicen que un grupo de hipotecas son buenas y no lo son.
Riesgo moral, en palabras de economista.
Chapuza financiera, en definitiva.
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